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El anciano que comenzó a vivir

 


Un hombre recorría el bello sendero de las colinas Perimonte. Hace mucho soñaba con esa caminata; pero por una cosa u otra terminaba posponiéndola. Sus botas Salomon, su Rolex Explorer II, y su costoso equipamiento, mostraban que las abstinencias de este anciano en su juventud le acumularon una modesta pero suficiente fortuna. En fin, después de cuarenta años de planearlo, ya ahora podía disfrutar su gran sueño.

Las horas que escogió fueron ideales. De hecho, todo era ideal. El sol naciente pintaba la atmosfera en tonos naranjas y violetas que realzaban escasas nubes, pequeñas y rechonchas. El clima no era frío, ni caliente, solo perfecto. Apenas sudaba, y eso porque, falto de experiencia, traía puestas más capas de ropa de las que necesitaba. Su paso era lento, así lo indicó su cardiólogo.

El sendero ondulante se extendía por unos 6 kilómetros entre praderas con flores blancas, rosas y amarillas; entonces, se adentraba en un bosque de verdes encinos longevos que marcaban el pie de las colinas. Diecisiete kilómetros, en total, duraba el recorrido por aquellas colinas, atravesando cañadas, crestas con vistas espectaculares, y arroyos más cristalinos que cualquiera de las aguas embotelladas. En el punto más alto del camino incluso puedes verte rodeado por nubes que te abrazan y te transportan a otra realidad y, en un abrir y cerrar de ojos, se disipan. Un espectáculo único.

A propósito, debo mencionar que las colinas Perimonte no tienen semejante en todo el mundo. No es solo la abundante y colorida vegetación, todavía virgen; tampoco el aroma del tomillo silvestre y la tierra mojada por el rocío matinal; diría que tampoco es la forma de las colinas que, a pesar de su tamaño, conservan una cúspide redondeada y suave a la vista. Hay algo más. Una paz se irradia en cada rincón de esta obra de arte del Gran Escultor. Una paz que no había en la mente atareada del magnate.

Alcanzó el kilómetro 2, escribió una nota sobre superación personal y tomó una fotografía para postearlo en redes. Llegó al kilómetro 3 y tomó nuevamente el celular para corroborar que no tenía mensajes (ni señal). Ya en el kilómetro 4, se dio cuenta de lo solitario que estaba el lugar. Le faltaba un poco de vida (según su lógica algo retorcida pero alineada con la mayoría).

   —¡Cuántas ideas de negocio se pueden desarrollar aquí! —Pensó—. Un Resort, un parque de Golf, un parque turístico... La tienda de souvenirs podría ir por allá, a un lado del hotel; y el salón para eventos y reuniones internacionales encajaría en esa pequeña meseta con vista al lago. 

Siguió pensando y caminando. Las ideas fluían. Las inquietudes por ser el primero en desarrollarlo brotaban. —Nelson no puede ser el publicista en jefe esta vez, se mostró incompetente en el último desarrollo —argumentó para sí con mente nerviosa, como si debiera entregar la propuesta de negocio el día siguiente. El plan tomó forma y se sintió satisfecho.

De pronto, recobró la conciencia situacional. Sus ojos enfocaron entonces un letrero que decía: "El camino es más corto de lo que parece, esperamos que lo hayas disfrutado". Al instante, recordó el reclamo que su hija le hacía antes de que ella se marchase de casa años atrás: —¡La vida es más corta de lo que crees, espero que un día aprendas a disfrutarla! ¡Y a mí!

Sin palabras en su mente, fue a su Range Rover. Arrastraba los pies, aunque estos no le pesaban tanto como su conciencia. Rellenó su recipiente de agua, y descansó, dando sorbos desabridos (de esos que uno da en automático, sin si quiera percatarse de haberlo hecho). Recordó el amor olvidado de su difunta esposa, esta vez no lloró, fue dulce a su alma y le sacó una sonrisa; luego la promesa que le hizo a su hija (pequeña en ese entonces) de que un día disfrutaría el fascinante recorrido de Perimonte. 

—Lo haré de nuevo. Esta vez lo disfrutaré —resolvió para sí mismo con actitud determinante, y suspiró mientras cerraba de un portazo el pedazo de metal costoso.

Se quitó el suéter y comenzó de nuevo. Esta vez sudó más. El cielo ya no era naranja. El sol era abrasador. El fresco rocío se convirtió en vapor que encendía el bochorno y alborotaba mosquitos. Además, diecisiete kilómetros recorridos y diecisiete por delante pesan más con los años. Pero todo aquello no distrajo al anciano (advertido una semana antes por su médico de una muerte pronta y segura) de la idea que había atrapado su mente. —El camino es más corto de lo que parece, es hora de comenzar a disfrutarlo.

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